Quiero compartir un texto que habla sobre la disciplina, que se encuentra en el libro "La conducción del niño", de la autora cristiana norteamericana Ellen White ( finales del s. XIX, inicios del XX). Es sorprendente que, en una época donde el castigo físico era algo normal y aceptado, incluso recomendado nos encontramos con una joya como esta. En el capítulo "La administración de la disciplina" ella nos cuenta su propia experiencia como madre:
Nunca permití que mis hijos pensaran que podían molestarme en su niñez. También crié en mi familia a otros
de otras familias, pero nunca permití que esos niños pensaran que podían molestar a su madre. Nunca me
permití decir una palabra áspera o impacientarme o enojarme con los niños. Nunca llegaron al punto de
provocarme a ira, ni una sola vez. Cuando se agitaba mi espíritu o cuando me parecía que iba a perder los
estribos, decía: "Niños, dejemos esto en paz ahora; no diremos nada más de esto ahora. Lo trataremos otra vez
antes de acostarnos". Teniendo todo ese tiempo para reflexionar, al anochecer se habían aplacado y yo podía
tratarlos muy bien. . . . 238
Hay una forma correcta y una forma equivocada. Nunca levanté la mano a mis hijos antes de hablarles. Y si se
quebrantaban y si reconocían su falta (y siempre lo hicieron cuando la presenté delante de ellos y oré con
ellos) y si se sometían (siempre lo hicieron cuando yo procedía así), entonces los tenía dominados. Nunca
actuaron de otra manera. Cuando oraba con ellos, se quebrantaban por completo, me echaban los brazos al
cuello y lloraban. . . .
Al corregir a mis hijos, nunca permití que mi voz se alterara en ninguna forma. Cuando advertía que algo
andaba mal, esperaba hasta que pasara el "calor", y entonces los tomaba por mi cuenta después de que habían
tenido la oportunidad de reflexionar y estaban avergonzados. Se avergonzaban si les daba una hora o dos para
pensar en estas cosas. Siempre me apartaba y oraba. Entonces no les hablaba.
Después de que habían quedado solos por un tiempo, venían a verme por el asunto. "Bien", les decía,
"esperemos hasta la noche". Al llegar esa hora, orábamos y entonces les decía que hacían daño a su propia
alma y agraviaban al Espíritu de Dios por su proceder equivocado
Cuando me sentía irritada y tentada a decir palabras que me avergonzarían, me callaba, salía de la habitación y
pedía a Dios que me diera paciencia para enseñar a esos niños. Entonces podía volver y hablar con ellos y
decirles que no debían proceder mal otra vez. Podemos adoptar una posición tal en este asunto de modo que
no provoquemos a ira a los hijos. Debiéramos hablar bondadosa y pacientemente, recordando siempre cuán
extraviados somos y cómo queremos ser tratados por nuestro Padre celestial.
Luego continúa en el capítulo 48 sobre las reacciones de lo hijos:
Cuando los padres muestran un espíritu áspero, severo y dominante, se despierta en los hijos un espíritu de
obstinación y terquedad. Así los padres no ejercen la influencia suavizadora que podrían tener sobre sus hijos.
Padres, ¿no podéis ver que las palabras ásperas provocan resistencia? ¿Qué haríais si se os tratara con tanta
desconsideración como tratáis a vuestros pequeños? Es vuestro deber estudiar de causa a efecto. Cuando
regañasteis a vuestros niños, cuando con golpes de enojo heristeis a los que eran demasiado pequeños para
defenderse, ¿os preguntasteis qué efecto tendría ese trato sobre vosotros? ¿Habéis pensado cuán sensibles sois
a las palabras de censura o de condenación? ¿Cuán rápidamente os sentís heridos si pensáis que alguien deja
de reconocer vuestras habilidades? No sois sino niños crecidos. Pensad pues cómo deben sentirse vuestros
hijos cuando les dirigís palabras ásperas y cortantes, cuando los castigáis severamente por faltas que no son ni
la mitad de ofensivas a la vista de Dios como es el trato que les dais
En los esfuerzos que hacemos por corregir el mal, deberíamos guardarnos contra la tendencia a la crítica o la
censura. La censura continua aturde, pero no reforma. Para muchas mentes, y con frecuencia para las dotadas
de más fina sensibilidad, una atmósfera de crítica hostil es fatal para el esfuerzo. Las flores no se abren bajo el
soplo del ventarrón.
El niño a quien se censura frecuentemente por alguna falta especial, llega a considerar esa falta como una
peculiaridad suya, algo contra lo cual es en vano luchar. Así se da origen al desaliento y la desesperación que
a menudo están ocultos bajo un aspecto de indiferencia o baladronada
1 comentario:
gracias por estas frases tan esclarecedoras, que gran visión del alma humana. un aberazo
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